En el norte de Alsacia, los lavaderos de Wissembourg y de Altenstadt son testigos de un pasado donde el agua no era solo una necesidad diaria, sino también un lugar de encuentro y de vida. Estas estructuras impregnadas de historia ofrecen una fascinante visión de las tradiciones locales y de la artesanía de antaño, al tiempo que celebran la belleza de nuestro patrimonio alsaciano.
Los lavaderos de Wissembourg
El primer lavadero que debemos explorar es el del Bruch, un lugar encantador situado a orillas de la Lauter, cerca del límite del Faubourg de Bitche. Este lavadero es mucho más que un simple punto de referencia para lavar ropa: encarna una época en la que se blanqueaba no solo la ropa, sino también el lienzo fabricado en casa. La historia cuenta que Wissembourg desarrolló una industria de blanqueamiento, haciendo vital el uso de los lavaderos para suavizar y blanquear el lienzo áspero.

Una puerta cargada de historia
Cerca del lavadero, se descubren los restos de la Pfisterturm, que una vez fue la puerta de los Molineros. Erigida en 1445, esta puerta fue demolida en 1807, pero los arcos y compuertas que regulaban la Lauter aún subsisten, añadiendo un toque de misterio a esta hermosa región.
El lavadero de Altenstadt
Al continuar nuestra búsqueda de lavaderos, nos detenemos en Altenstadt. Aquí, el lavadero fue descubierto casi por accidente, revelando un pasado aún por desvelar. Sus hermosas piedras, desgastadas por el tiempo, parecen susurrar historias de antaño, evocando los rostros de las mujeres que se reunían aquí para intercambiar noticias y risas.
Un impulso hacia la espiritualidad
No muy lejos se erige una iglesia románica, formando parte integral de la Ruta Románica en Alsacia. Esta propuesta de paseos se anuncia prometedora para aquellos que desean sumergirse en la historia medieval de la región mientras descubren otros lavaderos olvidados a lo largo de los caminos.
Anécdota personal
Hace unos años, durante un paseo en Wissembourg, tuve la oportunidad de visitar el lavadero del Bruch en una hermosa tarde soleada. En ese momento, el olor de las flores cercanas mezclado con la frescura del agua me transportó a otra época. Sentada en un banco cercano, conocí a un antiguo habitante que me contó sus recuerdos de infancia relacionados con este lavadero: cómo los niños venían a jugar cerca del agua y cómo las mujeres se reunían allí para tejer lazos fuertes mientras se ocupaban de sus labores. Ese momento me hizo dar cuenta de cuán importantes eran estos lavaderos no solo como lugares funcionales, sino también como espacios de vida, de compartir y de humanidad, donde cada piedra cuenta una historia, cada chispa de agua resuena con las risas de antaño.